“Ustedes son la sal de la
tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar?
Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres….
Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en
la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo
de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a
todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los
hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas
obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo”. (Mateo 5, 13-16)
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