Esfuércense por mantener la unidad del
Espíritu mediante el vínculo de la paz.
Efesios 4:3 (NVI)
Que el amor sea el árbitro de sus vidas,
porque entonces la iglesia permanecerá
unida en perfecta armonía.
Colosenses 3:14 (BAD)
Te toca a ti proteger la unidad de tu iglesia.
La unidad en la iglesia es tan importante que el Nuevo Testamento presta más atención a ella que al cielo o al infierno. Dios desea intensamente que experimentemos la unidad y armonía unos con otros.
La unidad es
el alma de la comunión. Destrúyela, y arrancarás el corazón del cuerpo
de Cristo. Es la esencia, el núcleo de cómo Dios quiere que
experimentemos juntos la vida en su iglesia. Nuestro modelo supremo para
la unidad es la Trinidad. Padre, Hijo y Espíritu Santo están
completamente unificados como uno. Dios mismo es el ejemplo supremo del
amor sacrificado, de la humilde consideración hacia los demás y de la
armonía perfecta.
Al igual que todo padre, nuestro Padre celestial se
regocija viendo cómo sus hijos se llevan bien entre sí. En los momentos
finales antes de su arresto, Jesús oró apasionadamente por nuestra
unidad. Esto era lo que predominaba en su mente durante esas horas de
agonía, lo cual demuestra cuán importante es este asunto.
Nada en la
tierra es más valioso para Dios que su iglesia. Él pagó el precio más
alto por ella, y quiere que la protejamos, sobre todo del daño
devastador que causan la división, el conflicto y la falta de armonía.
Si formas parte de la familia de Dios, es tu responsabilidad proteger la
unidad donde te congregas en comunión. Jesucristo te encomendó hacer
todo lo que esté a tu alcance para conservar la unidad, proteger la
comunión, y promover la armonía en la familia de su iglesia y entre
todos los creyentes. La Biblia indica: “Esfuércense por mantener la
unidad del espíritu en el vínculo de la paz”. ¿Cómo podemos hacerlo? La
Palabra de Dios nos da consejos prácticos:
Enfoquémonos en lo que
tenemos en común, no en las diferencias. Pablo nos dice: “Esforcémonos
en promover todo lo que conduzca a la paz y a la mutua edificación”. Romanos 14:19,
Como creyentes compartimos un Señor, un cuerpo, un propósito, un Padre,
un Espíritu, una esperanza, una fe, un bautismo y un amor. Compartimos
la misma salvación, la misma vida y el mismo futuro: factores mucho más
relevantes que cualquier diferencia que podríamos enumerar. Estos son
los asuntos en los que debemos enfocarnos, no en nuestras diferencias
personales.
Debemos recordar que fue Dios quien nos escogió para
darnos personalidades, trasfondos, razas y preferencias diferentes, de
modo que podamos valorar y disfrutar esas diferencias, no meramente
tolerarlas. Dios quiere unidad, no uniformidad. Y por causa de la unidad
nunca debemos permitir que las diferencias nos dividan. Debemos
permanecer concentrados en lo que más importa: aprender a amarnos como
Cristo nos amó, y cumplir los cinco propósitos de Dios para cada uno de
nosotros y para su iglesia.
Por lo general el conflicto es una señal
de que estamos concentrándonos en otros asuntos menos importantes, lo
que la Biblia llama “discusiones necias”. La división siempre surge
cuando dirigimos la mirada hacia las personalidades, las preferencias,
las interpretaciones, los estilos o los métodos. Pero si nos
concentramos en amarnos y en cumplir los propósitos de Dios, el
resultado es la armonía. Pablo rogaba por esto: “Que haya verdadera
armonía para que no surjan divisiones en la iglesia. Les suplico que
tengan la misma mente, que estén unidos en un mismo pensamiento y
propósito”.
Sé realista con respecto a tus expectativas. En cuanto
descubrimos cómo quiere Dios que sea la verdadera comunión, es fácil
desanimarnos por la diferencia entre lo ideal y la realidad en nuestra
iglesia. Sin embargo, debemos amar a la iglesia con pasión pese a sus
imperfecciones. Anhelar lo ideal mientras criticamos lo real es señal de
inmadurez. Por otro lado, si uno se conforma con la realidad sin
esforzarse por alcanzar lo ideal es señal de complacencia. La madurez
consiste en vivir con esta tensión.
Habrá creyentes que sí te
defraudarán y te decepcionarán, pero eso no es ninguna excusa para no
tener comunión con ellos. Ellos son tu familia, aun cuando no actúen
como tal; simplemente no puedes abandonarlos. En cambio Dios nos dice:
“Tengan paciencia unos con otros, siendo indulgentes con las fallas de
los demás por su amor”.
Las personas se desilusionan con la iglesia
por muchas razones entendibles. La lista podría ser bastante larga:
conflictos, heridas, hipocresía, negligencia, mezquindad, legalismo y
otros pecados. En lugar de asustarnos y sorprendernos, debemos recordar
que la iglesia está formada por pecadores de carne y hueso,
incluyéndonos a nosotros mismos. Nos lastimamos unos a otros, a veces en
forma intencional y otras veces sin mala intención, porque somos
pecadores. Pero en vez de abandonar la iglesia, necesitamos quedarnos
para resolver el asunto si esto es de alguna manera posible. La
reconciliación, no la evasión, es el camino a un carácter más fuerte y a
una comunión más profunda.
Si te divorcias de tu iglesia a la
primera señal de decepción, eso es señal de inmadurez. Dios tiene cosas
que quiere enseñarte, y a los demás también. Además, es imposible huir
hasta encontrar la iglesia perfecta, porque no existe. Todas las
iglesias tienen sus propias debilidades y problemas. Pronto volverás a
sentirte decepcionado.
Groucho Marx tenía un dicho famoso que decía
que no querría pertenecer a ningún club que lo aceptara como socio. Si
una iglesia debe ser perfecta para satisfacerte, ¡esa misma perfección
te excluirá de su membresía, porque tú no eres perfecto!.
Dietrich
Bonhoffer, el pastor alemán que fue martirizado por resistirse a los
nazis, escribió Vida en comunidad un libro clásico sobre la comunión. En
su obra sugiere que la desilusión con nuestra iglesia local es algo
bueno porque destruye nuestras falsas expectativas de la perfección.
Cuando más pronto dejamos la ilusión de que una iglesia debe ser
perfecta para amarla, más pronto dejaremos de fingir y empezaremos a
admitir que todos somos imperfectos y necesitamos de la gracia de Dios.
Este es el comienzo de la verdadera comunidad.
Todas las iglesias
podrían poner un letrero que diga: “No es necesario que se presente
ninguna persona perfecta. Este lugar es solamente para los que admiten
que son pecadores, que necesitan de la gracia divina y que quieren
crecer”.
Bonhoffer señaló: “Aquel que ama más su sueño de una
comunidad cristiana que a la comunidad en sí misma, se convierte en
destructor de toda ella... Si no damos gracias diariamente por la
fraternidad cristiana en la que nos desenvolvemos, aun allí donde no hay
grandes experiencias ni riqueza evidente hay mucha debilidad, fe
vacilante y dificultades; si en lugar de ello nunca hacemos otra cosa
que quejarnos ante Dios por ser todo tan miserable, tan mezquino, tan
poco de acuerdo con lo que hemos esperado... entonces le impedimos a
Dios hacer crecer nuestra comunidad de acuerdo con la medida y riqueza
que nos espera a todos en Jesucristo”.
Decídete a animar más que a
criticar. Siempre es más fácil eludir el compromiso y hacerse a un lado
para disparar dardos contra los que trabajan, que participar y hacer una
contribución. Dios nos advierte una y otra vez que no debemos
criticarnos, compararnos ni juzgarnos unos a otros.
Cuando criticas
lo que otro creyente está haciendo con fe y convicción sincera,
interfieres en los asuntos de Dios: “¿Qué derecho tienes a criticar a
los siervos de otro? Sólo su Señor puede decidir si están haciendo lo
correcto”.
Pablo agrega que no debemos juzgar o despreciar a otros
creyentes cuyas convicciones son diferentes a las nuestras: “¿Por qué
criticas las acciones de tu hermano, por qué intentas empequeñecerlo?
Todos seremos juzgados un día, no por las normas de otros, ni siquiera
por las nuestras, sino por el juicio de Dios”.
Cuando juzgo a otro
creyente, pasan cuatro cosas al instante: pierdo mi comunión con Dios,
saco a relucir mi propio orgullo e inseguridad, me coloco bajo el juicio
de Dios y daño la comunión de la iglesia. Un espíritu de censura es un
vicio costoso.
La Biblia llama a Satanás “el acusador de nuestros
hermanos”. El trabajo del diablo consiste en culpar, quejarse y criticar
a los miembros de la familia de Dios. Todo el tiempo que pasamos
haciendo lo mismo, es porque hemos sido embaucados y estamos haciendo el
trabajo por Satanás. Recuerda que los otros cristianos, no importa
cuánto discrepes de ellos, no son el verdadero enemigo. Todo el tiempo
que pasamos comparando o criticando a los otros hermanos debería ser
utilizado para construir la unidad de nuestra comunidad. La Escritura
dice: “Pongámonos de acuerdo en usar toda nuestra energía para llevarnos
bien entre nosotros. Ayuden a los demás con palabras alentadoras; no
los derrumben con la crítica”.Romanos 14:19
Niégate a escuchar chismes. Chismear
es divulgar una información cuando uno no es parte del problema ni de la
solución. Tú sabes que chismear está mal, pero tampoco debes
escucharlos, si es que quieres proteger tu iglesia. Escuchar los chismes
es como aceptar algo robado, y te convierte también en culpable del
delito.
Cuando alguien empiece a contarte un chisme, ten el valor de
decirle: “Hágame el favor de parar. No necesito saber eso. ¿Ha hablado
usted directamente con esa persona?” Las personas que te cuentan chismes
también rumorean acerca de ti. No se puede confiar en ellas. Si prestas
atención a los chismes, Dios te llama alborotador. “Los alborotadores
escuchan a los alborotadores”. “Éstos son los que dividen las iglesias,
pensando sólo en ellos mismos”.
Es triste que en el rebaño de Dios,
las heridas más grandes generalmente vienen de las otras ovejas y no de
los lobos. Pablo advirtió acerca de los “cristianos caníbales” que se
“devoran unos a otros” y destruyen la comunión. La Biblia dice que esta
clase de alborotadores debe ser evitada porque “el chismoso revela los
secretos; por lo tanto, no te asocies con el charlatán”. La manera más
rápida de terminar con un conflicto en una iglesia o en un grupo pequeño
es enfrentar a los que están difundiendo rumores, e insistir en que no
lo hagan más. Salomón señaló: “Sin combustible se apaga el fuego, y las
tensiones desaparecen cuando se acaban los chismes”.
Practica el método
de Dios para solucionar conflictos. Además de los principios mencionados
en el último capítulo, Jesús le dio a la iglesia un proceso de tres
pasos sencillos: “Si tu hermano peca contra ti, ve a solas con él y
hazle ver su falta. Si te hace caso, has ganado a tu hermano. Pero si
no, lleva contigo a uno o dos más, para que “todo asunto se resuelva
mediante el testimonio de dos o tres testigos”. Si se niega a hacerles
caso a ellos, díselo a la iglesia”.Durante los conflictos, serás tentado
a quejarte con un tercero en lugar de hablar con valentía la verdad y
amor con la persona con quien te disgustaste. Esto hace que el asunto se
torne peor. En vez de eso, deberías ir directamente con la persona
involucrada.
El enfrentamiento en privado siempre es el primer paso, y
debes darlo tan pronto como te sea posible. Si entre los dos no son
capaces de resolver las cosas, el paso siguiente es pedir la ayuda de
uno o dos testigos para confirmar el problema e intentar restablecer la
relación. ¿Qué deberíamos hacer si la persona persiste en su
obstinación? Jesús dice que debemos plantear el problema ante la
iglesia. Si la persona todavía se niega a escuchar después de eso,
deberemos tratarla como a una incrédula.
Apoya a tu pastor y a los
líderes. No hay líderes perfectos, pero Dios les da la responsabilidad y
la autoridad para mantener la unidad de la iglesia. Pero cuando hay
conflictos interpersonales que resolver, eso es un trabajo ingrato. A
menudo los pastores tienen la desagradable tarea de actuar como
mediadores entre miembros heridos, que tienen conflictos o que son
inmaduros. También tienen la tarea imposible de intentar que todos estén
contentos, ¡algo que ni siquiera Jesús pudo lograr”.
La Biblia es
clara con respecto a la manera en que hemos de relacionarnos con los que
nos sirven: “Respondan a sus líderes pastorales. Escuchen su consejo.
Ellos están alertas a la condición de sus vidas, y obra bajo la
supervisión estricta de Dios. Contribuyan al gozo de su liderazgo”.
Un
día los pastores estarán delante de Dios y rendirán cuenta de cuán bien
velaron por ti. “Ellos cuidan de ustedes como quienes tienen que rendir
cuentas”. Pero tú también eres responsable. Tú también tendrás que
rendir cuentas a Dios de cuán bien los seguiste a ellos.
La Biblia da
a los pastores instrucciones muy específicas respecto a la manera en
que deben tratar a las personas que causan divisiones en la comunidad.
Ellos deben evitar las discusiones, enseñar con delicadeza a los que se
oponen mientras oran para que cambien, advertir a los contenciosos,
rogar porque haya armonía y unidad, reprender a los que son
irrespetuosos con los líderes, y destituir a los que causan divisiones
en la iglesia si hacen caso omiso de dos amonestaciones.
Protegemos
la comunión cuando honramos a los que nos sirven por medio del
liderazgo. Los pastores y los ancianos necesitan nuestras oraciones,
estímulo, aprecio y amor. Se nos ordena: “Honren a los líderes que
trabajan tanto por ustedes, que han recibido la responsabilidad de
exhortarlos y guiarlos en la obediencia. ¡Cólmenlos de aprecio y amor!”.
Te
desafío a aceptar tu responsabilidad de proteger y promover la unidad
de tu iglesia. Pon todo tu esfuerzo para lograrlo, y así agradarás a
Dios. No siempre será fácil. A veces tendrás que hacer lo que es mejor
para el cuerpo, no para ti mismo, dando muestras de tu preferencia por
otros. Por eso Dios nos ha puesto en la familia de una iglesia: para
aprender a no ser egoístas. En la comunidad aprendemos a decir
“nosotros” en lugar de “yo”, y “nuestro” en vez de “mío”. Dios dice: ”No
piensen sólo en su propio bien. Piensen en los otros cristianos y en lo
que es mejor para ellos”.
Dios bendice a las congregaciones que
están unidas. En la Iglesia de Saddleback, todos los miembros firman un
pacto que incluye la promesa de proteger la unidad de nuestra
congregación. Como resultado, nunca ha tenido un conflicto que divida la
comunión. Tan importante como lo anterior, dado que es una comunidad
fraternal y unida, ¡muchas personas quieren ser parte de ella! En los
últimos siete años, la iglesia ha bautizado a más de 9.100 creyentes
nuevos. Cuando Dios tiene un puñado de creyentes bebés que quiere “dar a
luz”, busca la iglesia incubadora más cálida que pueda encontrar.
¿Qué
estás haciendo particularmente para hacer que la familia de tu iglesia
sea más cálida y fraternal? Hay muchas personas en tu comunidad en busca
de amor y un hogar donde sean aceptadas. La verdad es que todos
necesitamos y queremos que nos amen, y cuando las personas hallan una
congregación donde los miembros se aman y se preocupan auténticamente
los unos por los otros, habría que cerrar las puertas con llave para que
no entren más.
DÍA VEINTIUNO
PENSANDO EN MI PROPÓSITO
PENSANDO EN MI PROPÓSITO
Punto de reflexión: Es mi responsabilidad proteger la unidad de mi iglesia.
Versículo para recordar: “Esforcémonos por promover todo lo que conduzca a la paz y a la mutua edificación”. Romanos 14:19 (NVI)
Pregunta para considerar: ¿Qué estoy haciendo particularmente para proteger la unidad de la familia de mi iglesia?
-Una vida con propósito; Rick Warren, Ed VIDA, pag 173-181
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