lunes, 19 de mayo de 2014

SALMO 23


Para comenzar el día recordando que Él cumple su promesa y estará con nosotros hasta el fin del mundo.






Personalmente creo que este salmo es renovador, una fortaleza que se puede llevar en el bolsillo para usarse en cualquie momento. A veces estamos en algún lugar, en cualquier situación y no podemos concentrarnos para orar, he aquí una ayuda, este bello salmo.

Como anexo dejo esta explicación que me ha parecido interesante, más cada cual tenga revelación en su espiritu.

Bendiciones


INFORMACION


«El Señor es mi Pastor». El primer verso ya nos dice que hay que leer todo el poema como una imagen para hablar de la relación entre el orante y Dios. El título de «pastor» para nombrar a los reyes y guías del pueblo es habitual en el Oriente antiguo, así como en Grecia y en otros pueblos. La Biblia lo utiliza varias veces para hablar de Dios, tanto en los libros históricos como en los proféticos, en los poéticos y en los sapienciales (Génesis 49, 24; Isaías 40, 11; Salmo 80, 2; Eclesiástico 18, 13; etc.). Dios mismo, en el capítulo 34 del profeta Ezequiel, se compara a sí mismo con un Pastor que quiere cuidar, proteger y alimentar a sus fieles. Como los jefes del Pueblo han sido malos pastores, porque han utilizado a las ovejas en su propio provecho, Dios se ocupará personalmente de cada una, cubriendo todas sus necesidades: «Vosotros os bebéis su leche, os vestís con su lana, matáis las ovejas gordas, pero no apacentáis el rebaño, ni robustecéis a las flacas, ni vendáis a las heridas, ni buscáis las perdidas... Yo mismo buscaré a mis ovejas y las apacentaré... Buscaré a la oveja perdida y traeré a la descarriada, vendaré a la herida, robusteceré a la flaca, cuidaré a la gorda. Las apacentaré como se debe». Son imágenes tiernas, que nos hablan de un amor personal de Dios por su rebaño, que no nos trata a todos por igual, sino que sale a nuestro encuentro, respondiendo a las necesidades y esperanzas concretas de cada uno.
En la antigüedad, los israelitas eran pastores seminómadas con un número pequeño de animales: camellos, burros, gallinas y ovejas. No vivían en casas, sino en tiendas realizadas con pieles de animales. Hombres y animales dormían bajo el mismo techo. Hoy los beduinos siguen haciendo lo mismo. No es extraño que conocieran a cada una de sus ovejas, incluso por su nombre. También las ovejas reconocían la voz y el olor de su pastor. La parábola que Natán cuenta a David en el segundo libro de Samuel, capítulo 12, nos puede ayudar a comprender lo que estamos diciendo: «Había en una ciudad dos hombres, uno rico y otro pobre. El rico tenía muchas ovejas y vacas. El pobre no tenía más que una corderilla que había comprado. La había criado y había crecido con él y con sus hijos, comía de su bocado, bebía de su vaso, dormía en su regazo...». El salmo quiere evocar esa atmósfera de afecto, esa experiencia de confianza, de tranquilidad, porque se sabe que hay alguien que se interesa por ti, que se preocupa por tu vida.
«Nada me falta». Tanto en Israel como en todo el Medio Oriente no abundan ni el agua ni los pastos. Pasar hambre y sed es una experiencia ordinaria cuando se atraviesan los amplios espacios desérticos. Quien ve los rebaños de los beduinos se extraña de lo extremadamente flacos que están los animales. En este contexto se comprende lo grande que es poder hablar de abundancia, afirmar que no se carece de nada. Ciertamente, como escribió Santa Teresa de Jesús, «Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta».
«En prados de hierba fresca me hace reposar». Conseguir hierba en el desierto es ya suficiente para sobrevivir, pero si, además, la hierba es fresca, el hallazgo se convierte en una fiesta. Después de un camino árido y polvoriento, la sola vista de un prado invita al descanso. Las ovejas pueden reposar después de haber comido, en las horas en que el excesivo calor no permite desplazarse: «Dime dónde apacientas el rebaño, dónde lo llevas sestear al mediodía» (Cantar de los Cantares 1, 7).
«Me conduce junto a fuentes tranquilas». El agua no sólo quita la sed, también limpia del polvo del camino y refresca. El mismo sonido de la fuente relaja y hace olvidar las fatigas. Pero las fuentes son los lugares más peligrosos para los rebaños. Tanto los lobos como los salteadores saben que allí terminan acudiendo a beber y se esconden esperando a sus presas. El salmo subraya que las fuentes a las que nos conduce nuestro pastor son «tranquilas», seguras. La Sagrada Escritura usa muchas veces el símbolo de la sed para hablar del deseo de Dios y del agua para hablar del don del Espíritu Santo. «Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío. Mi alma tiene sed de Dios...» (Salmo 42, 2-3). «Os rociaré con agua pura y os purificaré de todas vuestras impurezas. Os daré un corazón nuevo y os infundiré mi Espíritu...» (Ezequiel 36, 25ss).
«Y repara mis fuerzas». Después del cansancio del camino, el alimento, la bebida y el descanso nos hacen tomar fuerzas para poder seguir caminando. Literalmente dice: «repara mi aliento», mi alma, entendido como mi vigor y mi vida también. En algunas ocasiones nos sentimos agotados y nos parece que ya no podemos más. Es el momento de escuchar las palabras del Salmo 27: «El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es mi fuerza y mi energía, ¿quién me hará temblar? Aunque los malvados se levanten contra mí... Él me recogerá en su tienda... Aunque mi padre y mi madre me abandonen, Él me acogerá».
«Me guía por el camino justo». La experiencia de caminar acompaña a todo hombre. Nos desplazamos de un sitio a otro y toda nuestra vida es un camino. A veces equivocamos la senda, porque, como nos recuerda Antonio Machado: «Caminante, no hay camino, se hace camino al andar». El pastor adapta su paso a la necesidad de las ovejas, va en busca de un lugar bueno para ellas. Para los hombres, decir esto es confesar que el Señor nos guía por el camino justo, el único bueno, aunque no lo entendamos inmediatamente. Él nos lleva al mejor lugar, que nosotros solos no podríamos encontrar: las fuentes tranquilas, el agua que produce paz y calma la sed más profunda del que la bebe: «Te guiaré por el camino de la sabiduría, te conduciré por sendas justas» (Proverbios 4, 11). «Peregrino soy en esta tierra, no me ocultes tus mandatos... Enséñame, Señor, tu camino para que lo siga». (Salmo 119, 19. 33).
«Haciendo honor a su Nombre». El pastor que cumple bien su trabajo, que cuida de su rebaño, lo alimenta, lo proteje y lo guía por los caminos acertados, hace honor a su nombre. «El asalariado, que no es verdadero pastor ni propietario de las ovejas, cuando ve venir al lobo, las abandona y huye; y el lobo hace presa de ellas. Se porta así porque trabaja únicamente por la paga y no le importan las ovejas. Yo soy el Buen Pastor que conozco a mis ovejas y cada una de ellas es importante para mí» (Juan 10, 12ss).
«Aunque pase por un valle tenebroso, ningún mal temeré». El pastor nos da tanta seguridad, que hasta podríamos atravesar con él el valle tenebroso. La oscuridad del valle da miedo por los peligros que puede esconder, porque no se ve el camino, por la semejanza entre las tinieblas y la muerte. Este salmo, para decir «tinieblas», utiliza una palabra rara, que no se usa casi nunca: «salmawet» y que podríamos traducir por «oscuro como la muerte». En hebreo, «mawet» significa «muerte». La muerte es evocada para el lector por la oscuridad del valle y por la palabra con la que se habla de esta oscuridad. De hecho, la Biblia griega traduce «aún si camino por el valle de la muerte, no temo, porque Tú me acompañas». Una imagen de gran fuerza para recordarnos nuestra condición de mortales en un contexto de gran dulzura (grandezas de la poesía).
«Porque Tú estás conmigo». Hemos llegado al centro del salmo y a su momento más intenso. La verdadera razón de que yo me sienta seguro, de que no tenga miedo, de que me atreva a pasar el valle de la oscuridad y de la muerte es que «Tú estás conmigo». Los prados frescos, el agua abundante, la protección frente a los enemigos... todo es bueno, pero saber que Tú caminas a mi lado es lo más importante. «Si te tengo a Ti, ya no necesito nada de la tierra » (Salmo 73, 25). «Si el Señor está conmigo, no tengo miedo. ¿Qué podrá hacerme el hombre?» (Salmo 118, 6).
«Tu vara y tu cayado me dan seguridad». Palestina es una tierra cálida. Los viajes con el ganado se hacen temprano, antes de que caliente el sol, o al atardecer, cuando se oculta. Las ovejas no tienen miedo de extraviarse en la oscuridad, porque se siguen unas a otras y, a lo largo del camino, oyen el sonido de la vara del pastor que camina con ellas. El cayado, arma con la que defender a las ovejas de las alimañas, es al mismo tiempo el signo tierno de la presencia del pastor junto al rebaño, que toca con su punta los lomos de la que se desvía para reconducirla al redil y, con el ruido que hace al apoyarlo en el suelo, guía su caminar. Con el sonido del bastón de Dios en nuestras vidas, no tenemos miedo ni de la muerte. La imagen hace también referencia al bastón de mando, al cetro de Dios, con el que gobierna todas las cosas para el bien de su pueblo. El salmo siguiente, el 24, habla del Señor «Rey de la gloria», y comienza así: «Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el mundo y todos sus habitantes». El mismo David era rey y pastor. La referencia al cayado de pastor y al bastón de mando es riquísima de evocaciones: Dios salvador, liberador, guía del pueblo, en relación con la salida de Egipto y la Monarquía.
La sensación de seguridad y de protección prosigue con la segunda imagen del salmo: la del señor que acoge un huésped en su casa.
«Me preparas un banquete frente a mis enemigos». La palabra usada en hebreo significa «desenrollar», con el sentido de extender unas pieles de cabra a la puerta de la tienda, para colocar sobre ellas la comida. Podemos reconstruir la escena: un hombre huye de sus enemigos por el desierto. Casi imposible salvarse. Improvisadamente, encuentra un beduino que lo acoge en su tienda. La ley de la hospitalidad era sagrada para los semitas. Cuando alguien es acogido, invitado a comer, se convierte en intocable. Los enemigos no se pueden acercar a él. «El Señor hace justicia al huérfano, a la viuda y ama al emigrante suministrándole pan y vestido. Amad vosotros también al emigrante, ya que emigrantes fuisteis...» (Deuteronomio 10, 18-19). Abrahán recibió la promesa definitiva cuando acogió en su casa a unos peregrinos que resultaron ser enviados de Dios (Génesis 18). «No olvidéis la hospitalidad, pues gracias a ella algunos hospedaron, sin saberlo, a ángeles» (Hebreos 13, 2). Lot prefiere entregar a sus dos hijas antes que a unos desconocidos acogidos en su casa (Génesis 19).
«Perfumas con ungüento mi cabeza». El ungir a un huésped era la mayor manifestación de veneración que se podía tener con él. El aceite enriquecido de esencias perfumadas da frescor, suaviza la piel. Es éste un gesto de extremo afecto y consideración para el que llega cansado por el calor del desierto y las penalidades de la huida. «¡Qué hermoso es que los hermanos vivan unidos! Es como ungüento perfumado derramado en la cabeza.» (Salmo 133 1-2). Una mujer de Betania tendrá este gesto con Jesús y él lo agradecerá a pesar de la incomprensión de los discípulos, llegando a afirmar que esa mujer sería recordada en todos los lugares donde se predique el Evangelio (Mateo 26, 6ss).
«Y mi copa rebosa». La copa que rebosa es, igualmente, signo de la generosidad con que el huésped es acogido. No recibe sólo lo necesario. Hay algo de superfluo, de añadido, de generosidad total, en los actos de Dios. Recordemos, por ejemplo, la narración de la creación. Dios no hace sólo lo necesario, sino que, además, entrega al hombre ríos con agua abundante, con oro fino, con piedras preciosas y perfumes (Génesis 2, 10ss). Lo mismo sucede cuando los israelitas salen de Egipto. Dios no sólo les da la libertad. Les enriquece también con los bienes y el oro de los egipcios (Éxodo 12, 36).
«Tu amor y tu bondad me acompañan». Ésta es la imagen más extraña para los occidentales. Es como si el beduino que me ha acogido en su tienda y me ha defendido de mis enemigos, me pusiera ahora dos guardaespaldas que me acompañen de regreso a mi casa. Aquí, los dos acompañantes son una personificación del Amor y la Bondad de Dios, última referencia del salmo. Aunque a nosotros pueda resultarnos rara la personificación de cualidades divinas, en la Biblia es bastante común: «La Salvación está cerca de los que le honran y la Justicia habitará en nuestra tierra. El Amor y la Fidelidad se encuentran, la Justicia y la Paz se besan... La Justicia marchará delante de él y la Rectitud seguirá sus pasos» (Salmo 85, 10ss).
«Todos los días de mi vida». No hablamos de un acompañamiento pasajero, sino de la certeza de una protección continua, como si se respondiera a la petición con que concluye el salmo 28: «Salva a tu pueblo, bendice tu heredad, apaciéntanos y guíanos por siempre».
Las dos partes del salmo (el pastor que cuida de las ovejas y el señor de la casa que acoge un huésped bajo su techo) comienzan con una situación de descanso y terminan con los protagonistas en actitud de caminar. Las ovejas comen, beben y sestean en el oasis. Después emprenden la marcha, guiadas por el pastor. El que huía del desierto encuentra la salvación en la tienda del beduino. Allí sacia su hambre y su sed, se perfuma y, posteriormente, emprende la marcha custodiado por dos escoltas. Las dos partes del salmo parecen insinuar que nuestra vida es un continuo andar de la mano del Señor. Cuando lo necesitamos, él nos ofrece momentos de descanso para restaurar nuestras fuerzas. Cuando nos hemos recuperado, hay que volver a caminar. Como los discípulos que acompañaron a Jesús en el Tabor: Después de la Transfiguración tuvieron que regresar al valle. El Salmo 122, como los otros llamados «salmos de ascensión a Jerusalén», nos recuerda que siempre somos peregrinos: «¡Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor!».
El libro del Éxodo, que nos narra el camino de Israel por el desierto hacia la Tierra Prometida, se convierte en imagen de nuestra vida: El Señor nos guía y nos acompaña, nos instruye y nos corrige todas las jornadas de nuestra existencia, hasta el día en que entremos en el descanso definitivo. El salmo 95 insiste en esta idea, invitándonos a aprender de los errores cometidos por los israelitas en su caminar por el desierto, para no repetirlos: «Ojalá escuchéis hoy su voz. No endurezcáis vuestro corazón... como en el desierto, cuando me tentaron vuestros antepasados... Son un pueblo que no conoce mis caminos, por eso juré airado que no entrarían en mi descanso». El Antiguo y en Nuevo Testamento son un testimonio continuo de las ansias que arden en nuestros corazones de alcanzar la patria verdadera, la definitiva: «Si Josué les hubiera proporcionado un descanso definitivo, David no hablaría de un posterior día de descanso. Hay, pues, un descanso definitivo reservado al pueblo de Dios... Apresurémonos, pues» (Hebreos 4, 8ss).
«Y habitaré en la casa del Señor por años sin término». Después de hablar de descansos pasajeros y de caminos largos, se evoca el reposo definitivo en la casa del Señor, la entrada en el «Sabat» último y eterno, en la Nueva Jerusalén, tal como canta el Apocalipsis: «Ésta es la Morada de Dios con los hombres. Habitará entre ellos... Enjugará las lágrimas de sus ojos y no habrá ya muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor» (21, 3ss).


Tomado de AQUI

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