Un corazón partido.
El otro día escuche una historia terriblemente triste. Una pareja se casó
relativamente joven; tuvieron una criaturita, una preciosa niña. Sin embargo, un
día tuvieron una discusión algo violenta. Quizá se enojaron demasiado, pero no
llegaron a los golpes. Pero de repente, dieciocho días después, esta señora se
levanto, hizo abandono del hogar y se fue al domicilio de sus padres. Al llegar a la
casa de su padre, esta señora pidió el divorcio a su padre, quien es un juez. Este
le concedió el divorcio y dejó a su esposo sumido en la tristeza, el dolor y el horror
de no poder ver más a su hijita, porque ella se lo ha prohibido. Amado lector, el
cristiano verdadero piensa en casarse y en vivir unido a esa persona en amor,
paciencia, cariño, ternura y perdón constante hasta que la muerte los separe. Esa
señora abandono a su marido, no por cuestión de inmoralidad sexual, sino porque
no quiso vivir más con el, ¡Simplemente porque habían tenido un pequeño
altercado! Pecó contra Dios, pecó contra su marido, pecó contra su criatura; y
pecó también el padre de ella, que le permitió regresar a la casa y que permitió
que esta pareja se separara. Querido joven, esto es claro. "No es bueno que el
hombre esté solo" dice Dios. Y el cristiano nunca se debe separar de su cónyuge,
hasta que únicamente la muerte los separe.
-Con quien me casaré? - Luis Palau pag 6 del PDF -
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