martes, 3 de marzo de 2015

La Gratitud y el reconocimiento.


UNA DECLARACION SOBRE TU VIDA

La experiencia de la salvación va más allá que la experiencia de ser limpiado. Aquellos que regresan, aquellos que sus pasiones ya no se inclinan a lo deshonesto, a seguir el sistema regular de la tradición, de la religión, de la aprobación del mundo, de que sea el mundo quien los declare limpios para ser aceptados en la sociedad, sino que son capaces de darle la espalda al sistema natural para ir a los pies de Aquel que les hace limpios, esos experimentan la salvación. Y esa salvación te ordena dirigirte a una nueva dimensión.
En la historia que hemos estado discutiendo de los diez que son limpiados, y uno solo es declarado salvo porque regresó, lo curioso es que este último era samaritano. De hecho, hay cuatro ocasiones, en el libro de Lucas, en las que Jesús declara a alguien salvo y, cada vez que lo hizo, nunca fue con un judío, aunque sabemos que la Biblia dice que la salvación venía a través de los judíos. No es que los judíos no pudieran ser salvos, sino que, el problema del pueblo judío, era que sus ojos estaban cerrados a la persona de Cristo.
Jesús declara salva a la mujer que lavó sus pies. Esa mujer era rechazada en esa sociedad, se pensaba mal de ella. Jesús, en casa de un fariseo, la declara salva. Lo hace, también, con un ciego, un hombre marginado por la sociedad; con la mujer de flujo de sangre, mujer marginada por su condición, pero que recibió sanidad al tocar el borde del manto del Maestro. La cuarta persona es el leproso del caso que hemos estado estudiando.
En todas estas historias, podemos ver que muchos pueden experimentar la misericordia de Dios, pero no todos experimentan el grado de salvación, esa experiencia transformadora de reconocer que somos salvos, y que hemos sido declarados salvos por Aquel que es el único puede hacerlo. Había toda una multitud alrededor de la mujer de flujo de sangre, pero solo ella fue declarada salva. Igual con la mujer que lavó los pies del Maestro, y con el ciego. Pero, en el caso del leproso, diez recibieron misericordia, uno regresa, y ese uno recibe la salvación.
La experiencia de la salvación no es otra cosa que el experimentar la obra completa de Cristo en la vida de una persona. No estamos hablando de la experiencia de salvación teológica, doctrinal, de un día entregarle tu vida al Señor, o de un día ir a su presencia, la salvación para vida eterna, sino de la experiencia de vivir en este mundo, caminar en este planeta, con el estigma que el mundo te ha puesto, con la declaración de que algunos nunca te van a aceptar, pero con tu cabeza en alto porque hay Alguien que te ha declarado salvo, y por esa salvación que ha sido declarada sobre tu vida, tu vida completa es cambiada y es transformada.
No seas de los nueve que reciben la misericordia. Sé de aquellos que reciben la experiencia de la salvación. 



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